Cómo enseñar a escribir desde el placer (y no desde la obligación)
Cómo enseñar a escribir desde el placer (y no desde la obligación)
Durante mucho tiempo, enseñar a escribir en la escuela se entendió como enseñar a cumplir con una consigna. Había que “entregar el texto”, “corregir los errores” y “cerrar con una conclusión”. Sin embargo, cuando la escritura se convierte solo en una tarea evaluable, pierde su magia: la palabra se vuelve obediencia y deja de ser exploración.
En los últimos años, algo empezó a cambiar. En muchas aulas argentinas, las y los docentes estamos buscando otros modos de acompañar el proceso de escritura: modos más humanos, más creativos, más atentos al deseo. Porque sabemos que nadie escribe bien por obligación. Se escribe bien cuando hay algo que decir, cuando el texto nace de una experiencia, una pregunta o una emoción.
En este artículo quiero compartirte cinco estrategias reales que transformaron mis clases y que podés adaptar a cualquier grupo, sin importar el nivel o el texto que estén trabajando.
Empezar desde la curiosidad
Cuando la consigna parte de una pregunta genuina, el texto deja de ser una respuesta vacía. En lugar de “describí un objeto”, probá con “¿qué objeto de tu casa tiene más historias que contar?”. Esa sola pregunta cambia el tono: ya no se trata de cumplir, sino de explorar. En una de mis clases, los estudiantes escribieron desde la voz de las tazas del aula: fue una lluvia de textos poéticos y divertidos.
Escuchar antes de corregir
Leer en voz alta los textos propios cambia todo. El aula se llena de ritmo, de risas, de descubrimientos. Muchas veces, el simple hecho de escucharse permite revisar sin miedo: un alumno se dio cuenta de que usaba “muy muy lindo” y se rió al reconocer su muletilla. Esa risa valió más que cualquier corrección con birome roja.
Jugar con la consigna
Las consignas también pueden ser un juego. En lugar de “escribí un texto argumentativo”, propuse defender una idea absurda como si hubiera un jurado del universo escuchando. Algunos defendieron las siestas obligatorias en las escuelas; otros, que los lunes deberían empezar a las 11. Nadie quería que termine la clase. Y todos estaban argumentando, aunque no se dieran cuenta.
Mostrar el proceso
Una de las escenas más potentes que viví fue cuando llevé al aula mis propios borradores con tachaduras. Les conté que yo también dudo, cambio, borro. Ese gesto habilitó algo: los estudiantes empezaron a mostrar sus borradores sin vergüenza. Después hicimos una pared de versiones, y todos entendimos que escribir no es hacerlo bien a la primera, sino animarse a reescribir.
Cuidar el clima emocional
Escribir es exponerse. Por eso, antes de cada texto, abrimos un pequeño espacio para compartir una emoción o recuerdo de la semana. A veces se transforma en poema, otras en carta o microficción. Pero lo importante no es el género: es la confianza. Cuando hay confianza, aparece la voz propia.
Enseñar a escribir desde el placer no significa dejar de enseñar gramática o estructura; significa cambiar el punto de partida. Poner la experiencia, la emoción y la curiosidad en el centro. Los resultados no solo se notan en los textos, sino en el clima del aula: menos resistencia, más entusiasmo, más lectura entre pares.
Dejanos tu mail para recibir novedades